Cómo «tradificar» una Misa Novus Ordo, y permanecer fieles a Roma en el proceso

Son las 6:15 de la mañana, día 1 en la Ciudad de Roma. A menos de 5km de la Ciudad del Vaticano, a más de 10 mil km de casa. El avión llegó hace apenas unas horas, apenas el tiempo suficiente para dormir, y hemos decidido celebrar la Santa Misa en la capilla privada de la hermandad de religiosas que nos acogen en estos días de viaje, a puertas cerradas, sobre la Via Aurelia.
Los monaguillos nos hemos revestido como de costumbre: Con nuestra sotana y sobrepelliz, diciendo las oraciones para revestirnos. Los ornamentos sacerdotales están dispuestos en la Sacristía de la manera tradicional: La casulla debajo, seguido de la estola representando una H, luego el manípulo como una I, después el cíngulo en forma de S y, finalmente, el alba.
Nos disponemos a preparar el altar. Hemos dispuesto todo para que se celebre ad Orientem, mirando a Dios, o, como coloquialmente le dicen muchos, «de espaldas al pueblo» (manteniendo obediencia al IGMR 299), y en latín (SC 36), uniéndonos a la Iglesia universal. El misal, del lado de la Epístola (a la izquierda, tomando como referencia la Cruz del altar; o a la derecha, tomando como referencia la vista del pueblo y el Sacerdote).
Hemos decidido colocar y encender las 6 velas, pues, aunque hoy es un día de feria, celebraremos la Misa Votiva del Sagrado Corazón de Jesús (IGMR 355). El cáliz, velado, y completamente dispuesto, ya está listo en la Sacristía; las vinajeras con agua y vino, el aguamanil, la palmatoria, y el platillo de comunión en la Credencia. Son las 6:45 de la mañana.
Nuestro amigo pianista ha preparado el órgano que tenían abandonado. Se le unen un par de amigas que saben cantar gregoriano, y preparan los textos de acuerdo con el Gradual Romano.
Mientras tanto, nuestros otros compañeros de viaje, que han decidido no acolitar y que no están en el órgano, ya empiezan a llegar a la capilla. Las mujeres, como siempre, cubiertas con su mantilla. Llegan también un par de religiosas que han decidido acudir a la Santa Misa.
El sacerdote, amigo muy cercano de todos, se reviste con las oraciones que le corresponden.
Faltan 3 minutos para las 7 de la mañana. Rezamos juntos en la Sacristía una de las oraciones de preparación para la Santa Misa, que cuidadosamente Nuestra Madre la Iglesia ha elegido colocar en los Apéndices del Misal Romano. Se hace reverencia a la imagen bendita de Cristo, y se dispone la procesión para la Misa. Uno de los monaguillos le ofrece agua bendita al Sacerdote. Entonces, se toca la campana y entra la Procesión.

Suena el introito Cogitationes Cordis eius (IGMR 48). Decidimos hacer una pequeña parada al pie de la grada inferior, de rodillas, antes de subir al presbiterio, y rezar una pequeña devoción: el Salmo 42, en latín, y que «curiosamente» corresponde a las oraciones iniciales de la Misa Tradicional. También se reza el Confiteor Tradicional. Como se ha realizado esta pequeña devoción antes, una vez iniciada la Misa, se pueden omitir el saludo inicial y el Confiteor Novus de la misma (IGMR 46).
«Inicia» la Misa. Se canta el Kyrie Eleison. Se repite cada aclamación un total de tres veces (IGMR 52). Le sigue el canto del Gloria, de acuerdo con los textos aprobados. Finalmente, la oración colecta, tomada del texto en latín del mismo Misal Romano.
Entonces, se lee la «Primera lectura», que dentro del grupo de trabajo que preparamos esta Misa, le llamamos cariñosamente «Epístola». La lee el Sacerdote, pues no había ninguna persona idónea (IGMR 135). Por razones prácticas, lo hace desde el mismo altar, aún vuelto hacia Dios, y del lado de la Epístola.
Como un comentario del editor, al grupo de trabajo le pareció divertido pensar que quienes celebran la Misa Tradicional, están obligados a decir las lecturas en lengua vernácula (TC 3, 3), mientras que nosotros no.

Entonces se canta el responsorio Gradual Dulcis et rectus Dominus, en sustitución del salmo (IGMR 61). Le sigue el Evangelio, que, con intención de representar esa «procesión» hacia el Ambón, hemos decidido que se traslade el Leccionario del lado de la Epístola, al lado del Evangelio, en el mismo Altar. Después, se dice la Homilía (en Español, claramente).
Posteriormente, se dice el Credo. Se cuenta que algunos fieles decidieron arrodillarse en el Et incarnatus est, pero el editor no pudo ser testigo de ello.
Sigue la Presentación de las Ofrendas, momento en el que se descubre el cáliz y se prepara, y momento en el que los monaguillos ayudamos con las vinajeras y con el aguamanil. A cada objeto que se le entrega o recibe de manos del sacerdote, le corresponde el beso litúrgico a sus benditas manos. Al tiempo, suena en el órgano el canto Improperium exspectivit (IGMR 74).

Se dice la oración sobre las ofrendas, y el Prefacio de la misa. A continuación, suena el canto del Santo, en una mezcla de polifonía y adoración, que inunda esta pequeña capilla. Los fieles, junto con los monaguillos, han optado por ponerse de rodillas (IGMR 43), quizá desde mucho antes de que sonara la última nota del canto. Un monaguillo ha encendido la palmatoria, y la coloca sobre el altar. Entonces, inicia el Canon Romano (Plegaria Eucarística I). Cierto es que no se hace en silencio, pero el Sacerdote lo pronuncia con detenimiento, dando varios momentos para reflexionar a detalle las palabras que pronuncia.
Entonces llega el momento culmen. El organista está listo para acompañar la elevación del Cuerpo de Cristo. Y se pronuncian las palabras: Hoc est enim Corpus meum. El órgano suena de forma piano, mientras los monaguillos levantan la casulla del Sacerdote, y el Sacerdote levanta al mismo Dios, a Jesucristo, el Señor. El mismo Sacerdote nos contaría más tarde que estuvo a punto de llorar de emoción.
La Misa continúa como de costumbre. Los fieles, junto a los monaguillos, deciden permanecer de rodillas hasta el término del Canon. Luego, el sacerdote decide omitir el símbolo de la paz (Misal Romano, n. 128). Al canto del Cordero, nuevamente todos se ponen de rodillas. El Sacerdote dice mentalmente las oraciones para la comunión que forman parte de la Misa Tradicional. Al tiempo, los fieles deciden rezar el Confíteor, como devoción personal, y como forma de prepararse para la Comunión.

Suena entonces la antífona Dico vobis, gaudium (IGMR 87), mientras todos se acercan a comulgar. Se aprovecha el comulgatorio para facilitar la distribución, por lo que todos comulgan de rodillas, y solo distribuye la comunión el Sacerdote. La Misa continúa hasta la bendición final. Ite: Missa est.
Luego, como una forma de devoción, se lee el comienzo del Evangelio según San Juan, tres Aves Marías, la Salve Regina, y unas cuantas oraciones adicionales que fueron preparadas con suficiente anticipación. Hay quienes dicen que la estructura pudo ser (o tal vez no) igual a la de las oraciones finales de la Misa Tradicional.
Finalmente, regresamos a la Sacristía con la Procesión de salida, donde, después de la reverencia a la Cruz de Cristo en la Sacristía, el Sacerdote, como de costumbre, dice: Prosit. Y todos respondemos: Ad vitam Aeternam. Entonces, el editor de este artículo le dice al Sacerdote: Iube, Domine, benedicere. Y todos, de rodillas, recibimos la bendición de parte del Sacerdote.